Muchos pescadores pasan años en un buque sin poder siquiera contactar con sus familias
Madrid • Entre los países europeos que más consumen calamar está España, y una porción muy importante de este molusco es capturada en un lugar del Atlántico Sur, frente a las costas argentinas, conocido como la Milla 201. Allí llegan multitud de pesqueros —la mayoría asiáticos— dispuestos a trabajar prácticamente sin descanso.
Según un informe de la Environmental Justice Foundation, este lugar, la Milla 201, se ha convertido en un caladero de abusos medioambientales y laborales. Por ello, en Código de Barras, Fernando Bayo ha hablado con el responsable de políticas oceánicas de esta organización, Jesús Uríos.
El responsable ha señalado que dentro de aguas argentinas «hay un plan de manejo, un organismo científico que regula la especie y que sí pone cuotas a lo que se puede pescar o no dentro». El problema surge en la Milla 201, donde las aguas dejan de ser argentinas y «no hay ningún tipo de control», y es allí donde acude la mayor parte de los buques: 343, frente a los 70 que operan en la otra zona.
«Todos los años descienden ahí esas flotas que esquilman el recurso sin ningún tipo de control y ponen en peligro la continuidad de este», aseguraba Uríos, quien además ha señalado la importancia de España en esta pesca descontrolada, ya que es el segundo importador del mundo de calamar y sepia.
La Environmental Justice Foundation asegura que el 43 % de la pota argentina proviene de zonas no reguladas, «plagadas de abusos de derechos humanos y medioambientales».
Matanzas sin control
Uríos ha relatado que estas embarcaciones «no van a puerto en meses, incluso años». En cuanto a la parte medioambiental, han identificado abusos graves como «el cercenamiento de aletas de tiburón, la matanza indiscriminada y la captura sin miramientos de especies marinas protegidas, como el lobo marino o incluso los pingüinos».
El encargado de políticas oceánicas de la institución ha asegurado que buques con bandera de China, Taiwán y Corea, después de haber recogido estas especies y arponearlas hasta la muerte, «cogen unos colmillos o la genitalita y tiran el resto al mar, para después venderlos en sus mercados porque tienen otro tipo de valor».
Condiciones esclavistas
Los abusos van más allá. En el terreno laboral, Uríos sostiene que los tripulantes viven en «condiciones de esclavitud moderna”. Los trabajadores, «en su mayoría indonesios y también filipinos, están a bordo de estos buques durante años y sujetos a abusos de todo tipo”. «Están aislados, sin cobertura y sin poder contactar con sus familias», añade.
Uríos señala que ha habido incluso «muertes que no han sido explicadas y nunca han tenido una resolución. Estamos hablando de gente que ha fallecido y se les ha tirado por la borda sin ningún tipo de autopsia ni protocolo».
Y no acaba ahí. Uríos cuenta que «hay muchos otros tipos de abusos generalizados, con violencia física, como castigos con barras de hierro, intimidación, amenazas casi a diario, retención de salarios, servidumbre por deudas… En fin, todo un mosaico de diferentes abusos», sentenciaba.